143
Camino de Vida Nº 143 Necochea, 23 de marzo de 2011
SALMO RESPONSORIAL
EVANGELIO del DOMINGO
REFLEXIÓN sobre el EVANGELIO ¡Nuevo! video HOMILIAS MP3
Horarios de Misas en marzo en Medalla Milagrosa domingos a las 10 y a las 19.
EVANGELIO del DOMINGO
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Todos los domingos a las
8,25 por AM1380: Santa Misa(también
por internet: http://am1380.com.ar )
La religión de Jesús
Cansado
del camino,
Jesús se sienta junto al manantial de Jacob,
en las cercanías de la
aldea de Sicar.
Pronto llega una mujer
samaritanaa apagar su sed. Espontáneamente, Jesús comienza a
hablar con ella de lo
que lleva en su corazón. En un momento de la
conversación, la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a judíos
y samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los
samaritanos suben al monte Garizim cuya cumbre se divisa desde el pozo de Jacob.
¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué
piensa el profeta de Galilea?
Jesús comienza por aclarar que el verdadero culto no depende de un
lugar determinado, por muy venerable que pueda ser. El
Padre del cielo no está atado a ningún lugar, no es propiedad deninguna
religión. No pertenece a ningún pueblo concreto.
No lo hemos de olvidar. Para
encontrarnos con Dios, no es necesario ir a Roma o
peregrinar a Jerusalén. No hace falta entrar en una capilla o visitar
una catedral. Desde la cárcel más secreta, desde la sala de cuidados
intensivos de un
hospital, desde cualquier cocina o lugarde trabajo
podemos elevar nuestro corazón hacia Dios.
Jesús no habla a la samaritana de «adorar
a Dios». Su lenguaje es nuevo. Hasta por tres veces le habla de «adorar
al Padre». Por eso, no es necesario subir a una montaña para acercarnos
un poco a un Dios lejano, desentendido de nuestros
problemas, indiferente a nuestros sufrimientos. El
verdadero culto empieza por reconocer a Dios como Padre querido que nos
acompaña de cerca
a lo largode nuestra vida.
Jesús le dice algo más. El Padre está buscando «verdaderos adoradores».
No está esperando de sus
hijos grandes ceremonias, celebraciones solemnes, inciensos y
procesiones. Lo
que desea es corazones sencillos que le adoren «en espíritu y en verdad».
«Adorar al Padre en espíritu» es seguir los pasos de Jesús
y dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre que lo envía
siempre hacia los últimos. Aprender a ser compasivos como es el Padre.
Lo dice Jesús de manera
clara: «Dios es espíritu, y quienes le adoran deben hacerlo en
espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento vivificador..., y
quienes lo adoran deben parecerse a él.
«Adorar al Padre en verdad» es vivir en la verdad. Volver una y otra vez
a la verdad del Evangelio. Ser fieles a la verdad de Jesús
sin encerrarnos en nuestras propias mentiras.Después de veinte
siglos de cristianismo,
¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos los verdaderos
adoradores que busca el Padre?
José Antonio Pagola
27 de marzo de 2011
- 3 Cuaresma (A) - Juan 4, 5-42
Evangelio del día |
Hoy |
Denuncian sistemática violación Diario
El Comercial (Formosa Capital, Formosa) – Sección Locales
Una pregunta que queda sin respuesta
“De todos mis pacientes en la segunda mitad de su vida —o sea de más de treinta y cinco años— no ha habido ni uno solo cuyo problema no fuese en última instancia poder encarar la vida desde una perspectiva religiosa. Puede asegurarse que todos enfermaron porque habían perdido aquello que las religiones de todas las épocas brindan a sus fieles, y ninguno de los que se curaron lo hicieron sin haber recuperado antes sus creencias religiosas.”
C. G. Jung, El hombre moderno en busca de un alma
Si hubiera habido psiquiatras en Jerusalén hace dos mil quinientos años, Eclesiastés podría haber ido a ver a uno, y decirle: “Soy desdichado porque siento que algo me falta. Me considero menos bueno de lo que debería ser. Tengo la sensación de estar desperdiciando tiempo y talentos. Quiero mantenerme fiel a los principios que yo mismo me fijo, y a veces casi lo consigo, pero nunca del todo. Creo que con todas las ventajas que se me han dado, he malgastado mi vida”. Y el terapeuta le habría dicho: “Usted se exige demasiado. Sea realista: No se fije ideales tan altos. Al fin y al cabo, usted es sólo humano”. Eclesiastés se habría marchado del consultorio sintiéndose incluso más disgustado consigo mismo por no ser capaz de encontrar alivio en las bien intencionadas palabras del profesional.
Pero seguramente habría sido un consejo inapropiado. Un hombre como Eclesiastés necesita proponerse altas miras. Para que su vida adquiera sentido debe tener la convicción de haber sido llamado para cosas importantes. Todos nos sentimos mejor cuando se nos plantean importantes exigencias morales. Más conveniente habría sido que le hubiese dicho que Dios lo iba a perdonar• por no haber logrado sus propósitos, en vez de sugerirle que renuncie a su afán y se fije objetivos más modestos.
Un día se le preguntó a un muchacho de clase media por qué había huido de su casa para ingresar en la Iglesia de la Unificación, y el joven respondió: “De lo único que habla mi padre es de entrar en la universidad y conseguir un buen empleo. El reverendo Moon me pide que lo ayude a salvar el mundo”. Así como entendemos mal la paternidad cuando les facilitamos demasiado las cosas a nuestros hijos, también tenemOs un concepto erróneo sobre la naturaleza humana si creemos que ayudamos a las personas cuando no esperamos mucho de ellas. “Sólo humano” no es un pretexto que justifica la indolencia, el descuido ni él egoísmo. Ser persona es algo grandioso, y Dios nos hace el mayor de los cumplidos cuando nos exige cosas que no le pide a ninguna otra criatura viviente. Será difícil ser bueno dadas todas las tentaciones que existen en el mundo, pero mucho peor es que a uno le digan que no tiene condiciones para ser bueno, y por lo tanto se lo disculpa por no hacer el intento..
Eclesiastés preguntaba: “Qué es lo que le da importancia a mi vida, lo que la convierte en algo más que un fenómeno pasajero?”. Y tuvo que reconocer: “No encuentro una respuesta, pero instintivamente siento que la vida humana va más allá de la mera existencia biológica. Cuando disfruto en mi trabajo o con mi familia, cuando amo o soy amado, cuando soy generoso y considerado, tengo la sensación de algo que trasciende la vida, y eso para mí es mucho más convincente que la lógica o la filosofía”.
Creo que tiene ‘razón, pero no ha llegado hasta lo más profundo. Casi ha logrado responder el interrogante en términos de instintos y sentimientos imprecisos, pero le queda una gran pregunta por contestar: “Quién necesita a Dios?”. “Podemos hallar el verdadero sentido de la vida sin referirnos a Dios?”. A Eclesiastés lo ha desilusionado la religión organizada, así como el placer, la riqueza y la sabiduría. Por eso trata de construir un cimiento para su vida, sin ayuda de nadie, y casi lo consigue. Cuando nos aconseja que comamos nuestro pan con regocijo, subraya sus palabras agregando: “puesto queya ha mucho que Dios se complace en tus obras”. ¿Acaso Dios no tiene un papel más importante para representar que simplemente observarnos y aprobar nuestros actos desde afuéra? Eclesiastés ha sido para nosotros un guía útil, pero le faltó el último paso que debernos dar. Sin ese paso, la búsqueda del sentido de la vida sólo nos proporcionará preferencias personales y expresiones de deseos. Da un valiente vuelco en su fe al comprobar que la vidahumana carece de sentido, pero en realidad salta hacia la fe en sí mismo. ¿Cuál será el fundamentode su fe, la base del sentido de su existencia, cuando él ya no esté en el mundo para afirmarla?
Y frente a ese interrogante, ¿la respuesta es Dios? Cuando sugerimosque Dios es la respuesta, ¿realmente hay un Ser en el cielo? Trivializamos la religión, y lo único que logramos es que a los hombres pensantes les cueste tomarla en serio. El tema no es la existencia de Dios sino el cambio que Dios puede provocar en nuestra vida. Cuando pensamos que hay un Ser en lo alto que lleva cuenta de todos nuestros pecados, que prepara una libreta de calificaciones sobre nuestra conducta moral, estamos dándole a la religión un cariz basado en el miedo y las falsas expectativas.
¿Qué hace Dios pára elevar nuestras vidas pór encima del nivel de la mera existencia? Por un lado nos manda, nos impone un sentido de obligación moral. Nuestra vida es importante porque estamos sobre la Tierra no sólo para comer, dormir y reproducirnos, sino para cumplir con la voluntad divina.
El ser humano tiene necesidad de ser bueno, de que se lo considere capaz de tener una conducta moral. Y Dios nos demuestra que nos toma en serio cuando espera de nosotros un comportamiento moral. Nos sentimos poco auténticos cuando no somos fieles a nuestra naturaleza moral. Tal vez sea por esto que, cuando los niñitos rompeñ un objeto o hacen algo indebido, no se quedan satisfechos hasta que no se los castiga. Quizá no sea agradable que a uno lo regañen o le impongan disciplina, pero mucho peor es vivir en un mundo al que no le interesa si uno se porta bien o mal. Tal vez sea por esto también que a muchos les gustan los sermones “de fuego y azufre”, en los cuales el pastor los reprende por ser réprobos y pecadores: los reconforta saber que Dios y su ministros esperan deellos una conducta excelsa. No es fácil extinguir la llama de Dios que llevamos en el alma, y volvernos insensibles a la necesidad íntima de humanizar- nos. Hasta los soldados de la SS de Hitler debían recibir periódicamente “sermones” para que no se dejaran influir por su instinto decompasión.
Por naturaleza tenemos necesidad de ser caritativos y generosos tanto como necesitamos comer y dormir, Cuando comemos en exceso y no practicamos suficiente ejercicio nos sentimos achacosos, y no sóio en el plano físico sino también en nuestra personalidad. Lo mismo nos ocurre cuando somos egoístas y deshonestos.. Pçrdemos el contacto con nuestro ser más íntimo; olvidamos lo bien que uno se siente cuando obra con bondad.
¿Recuerdas la historia del José de la Biblia? Cuando tenía diecisiete años, sus celosos hermanos lo vendieron como esclavo. José, que había sido el preferido de su padre, pasó de una vida cómoda y regalada, a tener que soportar una existencia de sinsabores y penurias. Durante veinté años soñó con el momento de poder vengarse. Toleró la soledad, la injusticia, imaginando cómo debía hacer para que sus hermanos se arrastraran delante de él implorándole clemencia. La sola idea le causaba un placer infinito.
un día ocurrió. Se produjo una hambruna en la tierra de Canaán y sólo en Egipto se podían obtener granos. José se había convertido en ministro de agricultura del faraón, a cargo de la distribución delos cereales, y en esas circunstancias los hermanos se presentaron ante él. José los reconoció, no así ellos a él. Había llegado el momento que soñara durante veinte años. Los tenía en sus manos, podía vengarse de ellos por la forma en que lo habían hecho sufrir. No obstante, cuando comenzó a infligirles tormentos acusándolos de espías, amenazando con transformar en esclavo a uno de ellos, algo extraño le sucedió: se dio cuenta de que no sentía tanto placer. Había gozado imaginando cómo los torturaría, pero llegado el caso, no era capaz de disfrutarlo. No le gustaba la clase depersona en que se estaba convirtiendo. El, que odiaba a sus hermanos por ser crueles y despiadados, no podía comportarse con la misma crueldad. Descubrió entonces que en el alma humana no sólo entran los celos y la venganza. Al tratar de desmentir su propia naturaleza se puso cada vez más incómodo, hasta que por fin prorrumpió en llanto y le contó a sus hermanos quién era.
Es probable que el egoísmo, el cinismo, la desconfianza hacia los demás no sólo sean inmorales porque ofenden a Dios sino también malsanos y destructivos para nuestra personalidad. En 1984 se realizó un estudio en Duke University Medical Center para analizar la relación que existe entre el “comportamiento tipo A” (la persona impaciente, empeñosa, sumamente competitiva) y los trastornos cardíacos. La hipótesis era que las personalidades del tipo A son más propensas a tener problemas de presión y en las coronarias que el hombre medio. En cambio, lo que se averiguó es que algunas personalidades del tipo A gozaban de mejor salud que el promedio del país, y al parecer necesitaban de los desafíos y de la competencia para desarrollarse. Empero aquéllos que eran competitivos y agresivos porque consideraban que todo el mundo es mentiroso y por ende hay que mentir y ser deshonestos para que nadie se aproveche de uno, demostraron estar permanentemente tensos y no llevarse bien con sus semejantes, todo lo cual se reflejaba en su presión sanguínea.
Así como por la constitución del cuerpo humano hay ciertas comidas y ciertas clases de actividad que nos resultan más saludables que otras, creo que Dios conformó el alma humana de modo que ciertos tipos de conducta nos beneficiasen más que otros. Los celos, el egoísmo, la desconfianza evenenan el alma; la honestidad, la generosidad y la alegría la restauran. Literalmente nos sentimos mejor cuando hemos hecho lo posible por ayudar a aigtiien.
Dios es la respuesta al interrogante: “Por qué tengo que ser recto y honesto si a mi alrededor veo a asesinos que quedan impunes?”. La respuesta es Dios, no porque El vaya a intervenir para castigar al malo y premiar al bueno, sino porque ha hecho el alma humana de manera tal que sólo una vidade bondad y rectitud nos brinda una profunda paz de espíritu.
El biólogo Lewis Thomas dijo una vez que la gran ley de la naturaleza que rige para todos los organismos vivientes no es la supervivencia de los más aptos sino el principio de la colaboración. Las plantas y los animales no sobreviven derrotando a sus vecinos al competir por luz y alimento, sino aprendiendo a convivir con ellos de forma que todos puedan prosperar. Dios es la fuerza que nos impulsa a superar el egoísmo y tender una mano al prójimo. Dios nos eleva, del mismo modo que el sol hace crecer a los árboles. Dios nos incita a ser mejores de lo que éramos al comienzo.
Hace muy poco, un matrimonio amigo mío se enteró de que su hijo de veintiún años padecía decáncer a los huesos. Tuvieron que llevarlo a un hospital de Seattle, distante cuatro mil quinientos kilómetros, en un intento desesperado por hacerlo tratar con una terapia nueva. Cuando se conoció esta mala noticia, comenzaron a suceder cosas insólitas. Todo el mundo se puso en campaña para recaudar fondos con el fin de financiar el viaje. Uno de los mejores hoteles de Seattle invitó al matrimonio a alojarse allí, sin costo alguno, mientras el hijo estuviese internado. En los restaurantes no les querían cobrar. Intervino el gobernador de Massachusetts para que el seguro de salud se hiciera cargo de los gastos de un tratamiento que para algunos era totalmente experimental. Uno podría preguntarse: “Por qué Dios permite que un chico de veintiún años enferme de cáncer?”. Yo me inclino a plantearme: “Qué es lo que induce a la gente a reaccionar frente a la tragedia con semejante generosidad, si no Dios?”. El escéptico y el agnóstico explícan la existencia del mal negando el papel que desempeña Dios en las cuestiones humanas. Pero, ¿cómo explican el bien? Justifiéan el crimen y la crueldad, pero ¿qué me dicen de la bondad, el coraje, el sacrificio, si no reconocen que Dios actúa sobre nosotros como el sol sobre la flor, haciéndola crecer y mostrar lo más bello de sí?
Dios nos da una esperanza que ningún agente humano puede brindarnos. En el plano humano rige la ley que dice que todo lo que puede salir mal, saldrá mal. Pero en el plano divino existe una ley contraria: todo lo que se puede poner en orden, mejorarse, tarde o temprano se mejorará. Dios es la respuesta a este interrogante: “Qué sentido tiene que trate de arreglar el mundo si los problemas del hambre, la guerra y el odio son tan rebeldes que ni siquiera puedo aspirar a solucionarlos en lo más mínimo durante toda mi vidá?”. Dios nos asegura, como no puede hacerlo mortal alguno, que lo que no logramos en esta vida se completará después, y en parte debido a todo lo que hicimos envida. Los seres humanos habitan apenas unos pocos años sobre la Tierra, pero la voluntad de Dios es eterna. Eclesiastés se planteaba qué sentido tenía hacer el bien, si después de que morimos quedan sepultados en el olvido nuestros buenos actos. La respuesta es que las buenas obras nunca están de más y jamás se olvidan. Lo que no se consigue en un vida, se logrará cuando una vida se junte con otra. Así, personas que nunca se han conocido colaboran en procurar que ocurran cosas buenas, porque el Dios eterno les da a sus actos una medida de eternidad.
Yo me he parado en los Rocallosos canadienses y he contemplado las gargantas que cortan en la roca los ríos de montaña. A simple vista da la impresión de que no hay nada más duro en la tierra que la piedra, y nada más fácil de desviar que el agua. Sin embargo, a través de los siglos el agua ha ganado siempre la batalla al horadar y modificar la roca. Una gota de agua no es más fuerte que la piedra, pero todas juntas contribuyeron para lograr la victoria final.
De todas las dudas que aquejaban a Eclesiastés, para cuálés Dios podría haber sido la respuesta? En el otoño de 1952 yo era un alumno de segundo año de la Universidad de Columbia. Si bien no tenía edad aún para votar, seguía con interés la elección presidencial. Pese a que Dwight Eisenhower era en esa época presidente de Columbia, la mayoría de mis compañeros eran partidarios del candidato demócrata, Adlai Stevenson. (En Princeton, universidad donde había estudiado Stevenson, el alumnado se volcaba por Eisenhower). Pero lo que más recuerdo de la elección de 1952 no es que ganó Eisenhower y perdió Stevenson, sino que al poco tiempo falleció Robert Taft.
Para toda una generación, el senador Robert Taft, de Ohio,había simbolizado la conciencia del Partido Republicano, la personificación de sus principios como una alternativa frente al New Deal. Su ambición fue siempre llegar a ser presidente del país tal como lo había sido su padre, William Howard Taft. Debido al deterioro de la imagen de los demócratas al cabo de veinte años en el poder, con una guerra impopular como la de Corea, 1952 parecía ser su año. Pero ese verano el partido Republicano prefirió la figura de Eisenhower, un héroe de guerra para millones deveteranos, para el pueblo entero. Taft murió poco después de asumir Eisenhower. -
Recuerdo que en ese momento me costó mucho aceptar que un hombre como Taft pudiera gozar debuena salud como para realizar la campaña presidencial en el verano de 1952, y morir de un cáncer fulminante pocos meses después. Ço mencé entonces a intuir que alguna relación había entre el sueño de su vida que se derrumbaba, y el quebrantamiento de su salud poco después.
¿Cómo se puede seguir viviendo cuando uno ve que toda su vida ha sido un fracaso? Cuando no nos queda más remedio que admitir que aquello que siempre perseguimos está fuera de nuestro alcance, que ya somos demasiado viejos como para fijarnos otro objetivo de vida, y no tenemos nada que nos aliente a proseguir en nuestros últimos años, ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Si el móvil de tu vida fue siempre ser una buena esposa y madre, y por razones ajenas a tu voluntad te encuentras viuda o divorciada, o si tus hijos te han salido distintos de lo que querías, ¿dónde hallar las fuerzas para enfrentar el futuro? Si tu mayor ambición fue tener más éxito que tu padre, ganar más dinero y alcanzar un nivel más alto que él, y de pronto te das cuenta de que jamás lo lograrás, ¿cómo haces para vivir con los pedazos rotos de aquel sueño?
Entre otras cosas, Dios es la respuesta al interrogante de cómo se puede seguir viviendo cuando uno toma conciencia de que su vida ha sido un fracaso. “Porque el hombre mira a los ojos, pero Dios mira al corazón” (1 Samuel 16,7). La sociedad humana secular, el hombre sin Dios, sólo puede juzgar por los resultados, por los logros. ¿Ganamos o perdemos? ¿Lo conseguimos o fallamos? ¿Obtuvimos réditos o pérdidas? Empero, únicamente Dios puede juzgarnos por lo que somos, no sólo por lo que hemos hecho. En una sociedad secular, sólo los actos tienen valor, y por ende la gente vale en la medida que haga cosas, en que sea productiva. Cuando alguien muere o queda lisiado a consecuencia de un accidente, ¿cómo calculamos el daño que padeció? Nos basamos en el poder adquisitivo que perdió. Los adolescentes y los ancianos constituyen un problema para nuestra sociedad porque viven, respiran y comen, pero no son productivos. No hacen nada. La educación universitaria es bien vista no porque engrandezca nuestro espíritu ni nos ayude a comprender mejor la vida sino porque sirve para alcanzar un mayor poder adquisitivo. Por eso es que Eugene Borowitz dice que “nos da miedo envejecer por el temor a no ser más útiles, a no poder realizar cosas que demuestren nuestra valía ante los demás. Equiparamos el valor con nuestro desempeño”.
Cuando no podemos evaluar a las personas según el criterio de Dios, empleamos un criterio humano: ¿Son útiles? La mujer que ya no es atractiva y ha pasado la etapa en que podía procrear, y el hombre que no puede superar el monto mínimo de ventas que le impone su patrón, ya no son útiles, y por ende prácticamente no existen como personas. Pero así como el ser humano sólo ve lo que tiene ante sus ojos Dios ve dentro del corazón, y no sólo nos perdona por nuestros fracasos sino que ve éxitos en donde nadie los ve, ni siquiera nosotros mismos. Sólo Dios puede reconocernos mérito por las palabras injuriosas que no pronunciamos, por las tentaciones que resistimos, por la paciencia y la bondad en la que muy pocos han reparado. El solo hecho de ser humano, de tratar devivir con integridad nos eleva ante sus ojos.
Dios podría haberle dicho a Robert Taft en 1952, corno también a Paul Tsongas en 1984:”Es- tá visto que no vas a ser presidente. Tampoco lo será la mayoría de tus semejantes. Mira, en cambio, los verdaderos logros de tu vida pública y tu vida personal. Eso debería bastarte para sentir que has triunfado. El hecho de que no te hayan designado candidato no debería frustrarte. Perder la fe pórque sólo has obtenido una parte y no todo lo que ambicionabas en la vida, o no saber valorar tus victorias debido a esta sola derrota: eso sería un fracaso”.
Eugene Borowitz escribió:
No previmos la posibilidad de un fracaso profundo o duradero. Nunca creímos que nuestras mejores ideas pudieran ser tan pequeñas, nuestros planes tan inadecuados, nuestros deseos perversos. Por cierto no esperábamos que, al obrar con rectitud, pudiéramos también producir un mal, en ocasiones tan tremendo que parece superar todo lo bueno que hemos hecho. El resultado no es sólo una desazón moral sino una época en la cual, en medio de la mayor opulencia y libertad que jámas se han disfrutado, el más común problema psiquiátrico que nos aqueja ya no es la culpa sino la depresión. Al tomar conciencia de nuestros fracasos, dejamos de creer en nosotros mismos. No podemos siquiera hacer el bien que está a nuestro alcance porque el fracaso nos convenció de que todo lo que hacemos carece de valor. Si la religión pudiera enseñarle a la sociedad secular a aceptar el fracaso sin quedar paralizada, a buscar el perdón sin mitigar nuestro sentido de la responsabilidad, podríamos vencer el desaliento que se abate sobre nuestra civilización... Si la religión lograra devolver el sentido de la dignidad personal a nuestra sociedad, afianzaría los cimientos sobre los que debe descanar la esperanza de reconstruir la moral de nuestra civilización. (Journal of Ecumenical Studies, verano de 1984).
Dios nos redime de la sensación de fracaso porque nos ve como ningún ojo humano puede vernos. Algunas religiones enseñan que Dios conoce hasta el último de nuestros malos pensamientos y secretos vergonzosos. Yo prefiero pensar que Dios posee tal capacidad de vernos que conoce mejor que nadie nuestras angustias y dolores, las cicatrices que llevamos en el corazón porque queríamos ser mejores y el mundo nos enrostra que jamás podremos serlo.
¿Acaso importa la clase de vida que yo lleve? ¿Qué diferencia hay en que yo sea una persona honesta, fiel y bondadosa? Al parecer no hay diferencia alguna en lo relativo a mi cuenta bancaria ni a mis posibilidades de obtener fama y fortuna. Pero tarde o temprano aprendemos, tal como le pasó a Eclesiastés, que no son ésas las cosas que valen. Lo que importa es que seamos fieles a nosotros mismos, a nuestra naturaleza humana que requiere cosas tales como rectitud y bondad, que se distorsiona si no nos preocupamos por ellas. Lo que importa también es aprender a compartir la vida con el prójimo, que podamos cambiar en algo el mundo nuestro y el de ellos, en vez deacaparar toda la vida para nosotros. Lo que importa en última instancia es saber valorar los placeres cotidianos, la comida, el trabajo, el amor y la amistad, y tomarlos como un encuentro con lo divino, un encuentro que nos enseña que no sólo Dios es verdadero sino que también nosotros lo somos. Estas cosas son las que importan.
Según la tradición judía, en otoño celebramos el sukkot, la Fiesta de los Tabernáculos. En parte es el antiguo festival de las cosechas que se remonta a las épocas en que los israelitas eran agricultores y expresaban su agradecimiento en otoño, luego dé levantar los sembrados. En realidad, es el prototipo del Día de Acción de Gracias típicamente norteamericano. Y en parte es también una conmemoración a Dios por la protección que brindó al pueblo de Israel durante los cuarenta años transcurridos en el desierto, en el paso de Egipto a la tierra prometida.
Festejamos el sukkot levantando una pequeña construcción anexa a nuestras casas, con unas tablas y ramas, e invitamos allí a nuestros amigos a beber vino y comer fruta. El sukkot es la celebraciónde la belleza de las cosas efímeras, el pequeño rancho tan vulnerable ante el viento y la lluvia (el nuestro se derrumba siempre al segundo día) que suele desmantelarse al concluir la semana; los frutos maduros que se pudren si no se los come de inmediato; los amigos que quizá no estén con nosotros todo el tiempo que desearíamos; y en los climas nórdicos, la belleza de las hojas que cambian de color al iniciar el proceso por el cual mueren y se caen de los árboles. La celebración es en otoño, cuando el verano ya ha terminado y las noches refrescan con los primeros susurros del invierno. El sukkot llega para anunciarnos que el mundó está lleno de cosas buenas y hermosas, comida y vino, flores y atardeceres, paisajes otoñales y buena compañía con quien compartirlos, pero es preciso que disfrutemos todo en ese mismo instante porque sabemos que no habrá de durar. Es el momento de “comer nuestro pan con regocijo y beber el vino con alegre corazón” no pese al hecho de que la vida no es eterna, sino precisamente por eso mismo. Es el momento de ser felices con los seres queridos porque hemos llegado a comprender que es más importante disfrutar del presente que angustiarse por el futuro. Es el momento de festejar porque por fin sabemos en qué consiste la vida y cómo hay que hacer para volverla más plena. El texto bíblico que se sugiere leer en las sinagogas durante la Fiesta de los Tabernáculos es, casualmente, el Libro de Eclesiastés.
Se reunieron en
Buenos Aires los delegados y abogadas de los
Equipos Diocesanos de Pastoral
Aborigen de toda
la Argentina, junto a los obispos de esta
Comisión Episcopal. Los participantes expresaron que:
"Constatamos, con mucho dolor, la sistemática y grave violación de los
derechos humanos que sufren los pueblos originarios a causa,
entre otras, de políticas
provinciales y nacionales. Realizaron una visita a los hermanos
Qom de La
Primavera, Provincia de Formosa,
que se encuentran manifestando en el centro de la
ciudad de Buenos
Aires. ENDEPA "cree urgente la necesaria apertura del diálogo
nacional y provincial en la búsqueda de soluciones
a estos reclamos territoriales. Desde hace mucho tiempo,
mujeres, hombres y niños esperan ser atendidos y escuchados. Su
presencia en el lugar, llena de dignidad
y de sacrificios,
no puede seguir siendo ignorada por el gobierno".
Texto completo: http://www.elcomercial.com.ar/ index.php?option=com_content& view=article&id=38776: denuncian-sistematica- violacion-&catid=4:locales& Itemid=55
Los crucifijos permanecerán en las escuelas
públicas - Portal
AICA
La Corte Europea de Derechos
Humanos con sede en Estrasburgo resolvió, en una sentencia
inapelable, que los crucifijos pueden permanecer en las escuelas
públicas. Este fallo, emitido el viernes 18 de marzo,
se da luego de la
posición favorable a los crucifijos adoptados por la Corte
Suprema de Casación de Italia
y de la
Corte Constitucional de Austria.
Con esta resolución la Corte Europea establece que "no existe
violación del artículo 2 del protocolo N° 1 (derecho a la
educación)de la
Convención Europea de Derechos
Humanos". Este artículo se refiere a la obligación del Estado,
"en el ejercicio de sus
funciones en relación a la educación, a respetar el derecho de los
padres a educar a sus hijos de acuerdo
con sus convicciones religiosas y filosóficas". El fallo de la
Corte europea indica que "si bien el crucifijo es por encima de todo
un símbolo religioso, no hay evidencia para la Corte de que
su exposición en una pared de un
aula pueda influenciar en los alumnos".
Cuando nada te basta - Capítulo X
DIEZUna pregunta que queda sin respuesta
“De todos mis pacientes en la segunda mitad de su vida —o sea de más de treinta y cinco años— no ha habido ni uno solo cuyo problema no fuese en última instancia poder encarar la vida desde una perspectiva religiosa. Puede asegurarse que todos enfermaron porque habían perdido aquello que las religiones de todas las épocas brindan a sus fieles, y ninguno de los que se curaron lo hicieron sin haber recuperado antes sus creencias religiosas.”
C. G. Jung, El hombre moderno en busca de un alma
Si hubiera habido psiquiatras en Jerusalén hace dos mil quinientos años, Eclesiastés podría haber ido a ver a uno, y decirle: “Soy desdichado porque siento que algo me falta. Me considero menos bueno de lo que debería ser. Tengo la sensación de estar desperdiciando tiempo y talentos. Quiero mantenerme fiel a los principios que yo mismo me fijo, y a veces casi lo consigo, pero nunca del todo. Creo que con todas las ventajas que se me han dado, he malgastado mi vida”. Y el terapeuta le habría dicho: “Usted se exige demasiado. Sea realista: No se fije ideales tan altos. Al fin y al cabo, usted es sólo humano”. Eclesiastés se habría marchado del consultorio sintiéndose incluso más disgustado consigo mismo por no ser capaz de encontrar alivio en las bien intencionadas palabras del profesional.
Pero seguramente habría sido un consejo inapropiado. Un hombre como Eclesiastés necesita proponerse altas miras. Para que su vida adquiera sentido debe tener la convicción de haber sido llamado para cosas importantes. Todos nos sentimos mejor cuando se nos plantean importantes exigencias morales. Más conveniente habría sido que le hubiese dicho que Dios lo iba a perdonar• por no haber logrado sus propósitos, en vez de sugerirle que renuncie a su afán y se fije objetivos más modestos.
Un día se le preguntó a un muchacho de clase media por qué había huido de su casa para ingresar en la Iglesia de la Unificación, y el joven respondió: “De lo único que habla mi padre es de entrar en la universidad y conseguir un buen empleo. El reverendo Moon me pide que lo ayude a salvar el mundo”. Así como entendemos mal la paternidad cuando les facilitamos demasiado las cosas a nuestros hijos, también tenemOs un concepto erróneo sobre la naturaleza humana si creemos que ayudamos a las personas cuando no esperamos mucho de ellas. “Sólo humano” no es un pretexto que justifica la indolencia, el descuido ni él egoísmo. Ser persona es algo grandioso, y Dios nos hace el mayor de los cumplidos cuando nos exige cosas que no le pide a ninguna otra criatura viviente. Será difícil ser bueno dadas todas las tentaciones que existen en el mundo, pero mucho peor es que a uno le digan que no tiene condiciones para ser bueno, y por lo tanto se lo disculpa por no hacer el intento..
Eclesiastés preguntaba: “Qué es lo que le da importancia a mi vida, lo que la convierte en algo más que un fenómeno pasajero?”. Y tuvo que reconocer: “No encuentro una respuesta, pero instintivamente siento que la vida humana va más allá de la mera existencia biológica. Cuando disfruto en mi trabajo o con mi familia, cuando amo o soy amado, cuando soy generoso y considerado, tengo la sensación de algo que trasciende la vida, y eso para mí es mucho más convincente que la lógica o la filosofía”.
Creo que tiene ‘razón, pero no ha llegado hasta lo más profundo. Casi ha logrado responder el interrogante en términos de instintos y sentimientos imprecisos, pero le queda una gran pregunta por contestar: “Quién necesita a Dios?”. “Podemos hallar el verdadero sentido de la vida sin referirnos a Dios?”. A Eclesiastés lo ha desilusionado la religión organizada, así como el placer, la riqueza y la sabiduría. Por eso trata de construir un cimiento para su vida, sin ayuda de nadie, y casi lo consigue. Cuando nos aconseja que comamos nuestro pan con regocijo, subraya sus palabras agregando: “puesto queya ha mucho que Dios se complace en tus obras”. ¿Acaso Dios no tiene un papel más importante para representar que simplemente observarnos y aprobar nuestros actos desde afuéra? Eclesiastés ha sido para nosotros un guía útil, pero le faltó el último paso que debernos dar. Sin ese paso, la búsqueda del sentido de la vida sólo nos proporcionará preferencias personales y expresiones de deseos. Da un valiente vuelco en su fe al comprobar que la vidahumana carece de sentido, pero en realidad salta hacia la fe en sí mismo. ¿Cuál será el fundamentode su fe, la base del sentido de su existencia, cuando él ya no esté en el mundo para afirmarla?
Y frente a ese interrogante, ¿la respuesta es Dios? Cuando sugerimosque Dios es la respuesta, ¿realmente hay un Ser en el cielo? Trivializamos la religión, y lo único que logramos es que a los hombres pensantes les cueste tomarla en serio. El tema no es la existencia de Dios sino el cambio que Dios puede provocar en nuestra vida. Cuando pensamos que hay un Ser en lo alto que lleva cuenta de todos nuestros pecados, que prepara una libreta de calificaciones sobre nuestra conducta moral, estamos dándole a la religión un cariz basado en el miedo y las falsas expectativas.
¿Qué hace Dios pára elevar nuestras vidas pór encima del nivel de la mera existencia? Por un lado nos manda, nos impone un sentido de obligación moral. Nuestra vida es importante porque estamos sobre la Tierra no sólo para comer, dormir y reproducirnos, sino para cumplir con la voluntad divina.
El ser humano tiene necesidad de ser bueno, de que se lo considere capaz de tener una conducta moral. Y Dios nos demuestra que nos toma en serio cuando espera de nosotros un comportamiento moral. Nos sentimos poco auténticos cuando no somos fieles a nuestra naturaleza moral. Tal vez sea por esto que, cuando los niñitos rompeñ un objeto o hacen algo indebido, no se quedan satisfechos hasta que no se los castiga. Quizá no sea agradable que a uno lo regañen o le impongan disciplina, pero mucho peor es vivir en un mundo al que no le interesa si uno se porta bien o mal. Tal vez sea por esto también que a muchos les gustan los sermones “de fuego y azufre”, en los cuales el pastor los reprende por ser réprobos y pecadores: los reconforta saber que Dios y su ministros esperan deellos una conducta excelsa. No es fácil extinguir la llama de Dios que llevamos en el alma, y volvernos insensibles a la necesidad íntima de humanizar- nos. Hasta los soldados de la SS de Hitler debían recibir periódicamente “sermones” para que no se dejaran influir por su instinto decompasión.
Por naturaleza tenemos necesidad de ser caritativos y generosos tanto como necesitamos comer y dormir, Cuando comemos en exceso y no practicamos suficiente ejercicio nos sentimos achacosos, y no sóio en el plano físico sino también en nuestra personalidad. Lo mismo nos ocurre cuando somos egoístas y deshonestos.. Pçrdemos el contacto con nuestro ser más íntimo; olvidamos lo bien que uno se siente cuando obra con bondad.
¿Recuerdas la historia del José de la Biblia? Cuando tenía diecisiete años, sus celosos hermanos lo vendieron como esclavo. José, que había sido el preferido de su padre, pasó de una vida cómoda y regalada, a tener que soportar una existencia de sinsabores y penurias. Durante veinté años soñó con el momento de poder vengarse. Toleró la soledad, la injusticia, imaginando cómo debía hacer para que sus hermanos se arrastraran delante de él implorándole clemencia. La sola idea le causaba un placer infinito.
un día ocurrió. Se produjo una hambruna en la tierra de Canaán y sólo en Egipto se podían obtener granos. José se había convertido en ministro de agricultura del faraón, a cargo de la distribución delos cereales, y en esas circunstancias los hermanos se presentaron ante él. José los reconoció, no así ellos a él. Había llegado el momento que soñara durante veinte años. Los tenía en sus manos, podía vengarse de ellos por la forma en que lo habían hecho sufrir. No obstante, cuando comenzó a infligirles tormentos acusándolos de espías, amenazando con transformar en esclavo a uno de ellos, algo extraño le sucedió: se dio cuenta de que no sentía tanto placer. Había gozado imaginando cómo los torturaría, pero llegado el caso, no era capaz de disfrutarlo. No le gustaba la clase depersona en que se estaba convirtiendo. El, que odiaba a sus hermanos por ser crueles y despiadados, no podía comportarse con la misma crueldad. Descubrió entonces que en el alma humana no sólo entran los celos y la venganza. Al tratar de desmentir su propia naturaleza se puso cada vez más incómodo, hasta que por fin prorrumpió en llanto y le contó a sus hermanos quién era.
Es probable que el egoísmo, el cinismo, la desconfianza hacia los demás no sólo sean inmorales porque ofenden a Dios sino también malsanos y destructivos para nuestra personalidad. En 1984 se realizó un estudio en Duke University Medical Center para analizar la relación que existe entre el “comportamiento tipo A” (la persona impaciente, empeñosa, sumamente competitiva) y los trastornos cardíacos. La hipótesis era que las personalidades del tipo A son más propensas a tener problemas de presión y en las coronarias que el hombre medio. En cambio, lo que se averiguó es que algunas personalidades del tipo A gozaban de mejor salud que el promedio del país, y al parecer necesitaban de los desafíos y de la competencia para desarrollarse. Empero aquéllos que eran competitivos y agresivos porque consideraban que todo el mundo es mentiroso y por ende hay que mentir y ser deshonestos para que nadie se aproveche de uno, demostraron estar permanentemente tensos y no llevarse bien con sus semejantes, todo lo cual se reflejaba en su presión sanguínea.
Así como por la constitución del cuerpo humano hay ciertas comidas y ciertas clases de actividad que nos resultan más saludables que otras, creo que Dios conformó el alma humana de modo que ciertos tipos de conducta nos beneficiasen más que otros. Los celos, el egoísmo, la desconfianza evenenan el alma; la honestidad, la generosidad y la alegría la restauran. Literalmente nos sentimos mejor cuando hemos hecho lo posible por ayudar a aigtiien.
Dios es la respuesta al interrogante: “Por qué tengo que ser recto y honesto si a mi alrededor veo a asesinos que quedan impunes?”. La respuesta es Dios, no porque El vaya a intervenir para castigar al malo y premiar al bueno, sino porque ha hecho el alma humana de manera tal que sólo una vidade bondad y rectitud nos brinda una profunda paz de espíritu.
El biólogo Lewis Thomas dijo una vez que la gran ley de la naturaleza que rige para todos los organismos vivientes no es la supervivencia de los más aptos sino el principio de la colaboración. Las plantas y los animales no sobreviven derrotando a sus vecinos al competir por luz y alimento, sino aprendiendo a convivir con ellos de forma que todos puedan prosperar. Dios es la fuerza que nos impulsa a superar el egoísmo y tender una mano al prójimo. Dios nos eleva, del mismo modo que el sol hace crecer a los árboles. Dios nos incita a ser mejores de lo que éramos al comienzo.
Hace muy poco, un matrimonio amigo mío se enteró de que su hijo de veintiún años padecía decáncer a los huesos. Tuvieron que llevarlo a un hospital de Seattle, distante cuatro mil quinientos kilómetros, en un intento desesperado por hacerlo tratar con una terapia nueva. Cuando se conoció esta mala noticia, comenzaron a suceder cosas insólitas. Todo el mundo se puso en campaña para recaudar fondos con el fin de financiar el viaje. Uno de los mejores hoteles de Seattle invitó al matrimonio a alojarse allí, sin costo alguno, mientras el hijo estuviese internado. En los restaurantes no les querían cobrar. Intervino el gobernador de Massachusetts para que el seguro de salud se hiciera cargo de los gastos de un tratamiento que para algunos era totalmente experimental. Uno podría preguntarse: “Por qué Dios permite que un chico de veintiún años enferme de cáncer?”. Yo me inclino a plantearme: “Qué es lo que induce a la gente a reaccionar frente a la tragedia con semejante generosidad, si no Dios?”. El escéptico y el agnóstico explícan la existencia del mal negando el papel que desempeña Dios en las cuestiones humanas. Pero, ¿cómo explican el bien? Justifiéan el crimen y la crueldad, pero ¿qué me dicen de la bondad, el coraje, el sacrificio, si no reconocen que Dios actúa sobre nosotros como el sol sobre la flor, haciéndola crecer y mostrar lo más bello de sí?
Dios nos da una esperanza que ningún agente humano puede brindarnos. En el plano humano rige la ley que dice que todo lo que puede salir mal, saldrá mal. Pero en el plano divino existe una ley contraria: todo lo que se puede poner en orden, mejorarse, tarde o temprano se mejorará. Dios es la respuesta a este interrogante: “Qué sentido tiene que trate de arreglar el mundo si los problemas del hambre, la guerra y el odio son tan rebeldes que ni siquiera puedo aspirar a solucionarlos en lo más mínimo durante toda mi vidá?”. Dios nos asegura, como no puede hacerlo mortal alguno, que lo que no logramos en esta vida se completará después, y en parte debido a todo lo que hicimos envida. Los seres humanos habitan apenas unos pocos años sobre la Tierra, pero la voluntad de Dios es eterna. Eclesiastés se planteaba qué sentido tenía hacer el bien, si después de que morimos quedan sepultados en el olvido nuestros buenos actos. La respuesta es que las buenas obras nunca están de más y jamás se olvidan. Lo que no se consigue en un vida, se logrará cuando una vida se junte con otra. Así, personas que nunca se han conocido colaboran en procurar que ocurran cosas buenas, porque el Dios eterno les da a sus actos una medida de eternidad.
Yo me he parado en los Rocallosos canadienses y he contemplado las gargantas que cortan en la roca los ríos de montaña. A simple vista da la impresión de que no hay nada más duro en la tierra que la piedra, y nada más fácil de desviar que el agua. Sin embargo, a través de los siglos el agua ha ganado siempre la batalla al horadar y modificar la roca. Una gota de agua no es más fuerte que la piedra, pero todas juntas contribuyeron para lograr la victoria final.
De todas las dudas que aquejaban a Eclesiastés, para cuálés Dios podría haber sido la respuesta? En el otoño de 1952 yo era un alumno de segundo año de la Universidad de Columbia. Si bien no tenía edad aún para votar, seguía con interés la elección presidencial. Pese a que Dwight Eisenhower era en esa época presidente de Columbia, la mayoría de mis compañeros eran partidarios del candidato demócrata, Adlai Stevenson. (En Princeton, universidad donde había estudiado Stevenson, el alumnado se volcaba por Eisenhower). Pero lo que más recuerdo de la elección de 1952 no es que ganó Eisenhower y perdió Stevenson, sino que al poco tiempo falleció Robert Taft.
Para toda una generación, el senador Robert Taft, de Ohio,había simbolizado la conciencia del Partido Republicano, la personificación de sus principios como una alternativa frente al New Deal. Su ambición fue siempre llegar a ser presidente del país tal como lo había sido su padre, William Howard Taft. Debido al deterioro de la imagen de los demócratas al cabo de veinte años en el poder, con una guerra impopular como la de Corea, 1952 parecía ser su año. Pero ese verano el partido Republicano prefirió la figura de Eisenhower, un héroe de guerra para millones deveteranos, para el pueblo entero. Taft murió poco después de asumir Eisenhower. -
Recuerdo que en ese momento me costó mucho aceptar que un hombre como Taft pudiera gozar debuena salud como para realizar la campaña presidencial en el verano de 1952, y morir de un cáncer fulminante pocos meses después. Ço mencé entonces a intuir que alguna relación había entre el sueño de su vida que se derrumbaba, y el quebrantamiento de su salud poco después.
¿Cómo se puede seguir viviendo cuando uno ve que toda su vida ha sido un fracaso? Cuando no nos queda más remedio que admitir que aquello que siempre perseguimos está fuera de nuestro alcance, que ya somos demasiado viejos como para fijarnos otro objetivo de vida, y no tenemos nada que nos aliente a proseguir en nuestros últimos años, ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Si el móvil de tu vida fue siempre ser una buena esposa y madre, y por razones ajenas a tu voluntad te encuentras viuda o divorciada, o si tus hijos te han salido distintos de lo que querías, ¿dónde hallar las fuerzas para enfrentar el futuro? Si tu mayor ambición fue tener más éxito que tu padre, ganar más dinero y alcanzar un nivel más alto que él, y de pronto te das cuenta de que jamás lo lograrás, ¿cómo haces para vivir con los pedazos rotos de aquel sueño?
Entre otras cosas, Dios es la respuesta al interrogante de cómo se puede seguir viviendo cuando uno toma conciencia de que su vida ha sido un fracaso. “Porque el hombre mira a los ojos, pero Dios mira al corazón” (1 Samuel 16,7). La sociedad humana secular, el hombre sin Dios, sólo puede juzgar por los resultados, por los logros. ¿Ganamos o perdemos? ¿Lo conseguimos o fallamos? ¿Obtuvimos réditos o pérdidas? Empero, únicamente Dios puede juzgarnos por lo que somos, no sólo por lo que hemos hecho. En una sociedad secular, sólo los actos tienen valor, y por ende la gente vale en la medida que haga cosas, en que sea productiva. Cuando alguien muere o queda lisiado a consecuencia de un accidente, ¿cómo calculamos el daño que padeció? Nos basamos en el poder adquisitivo que perdió. Los adolescentes y los ancianos constituyen un problema para nuestra sociedad porque viven, respiran y comen, pero no son productivos. No hacen nada. La educación universitaria es bien vista no porque engrandezca nuestro espíritu ni nos ayude a comprender mejor la vida sino porque sirve para alcanzar un mayor poder adquisitivo. Por eso es que Eugene Borowitz dice que “nos da miedo envejecer por el temor a no ser más útiles, a no poder realizar cosas que demuestren nuestra valía ante los demás. Equiparamos el valor con nuestro desempeño”.
Cuando no podemos evaluar a las personas según el criterio de Dios, empleamos un criterio humano: ¿Son útiles? La mujer que ya no es atractiva y ha pasado la etapa en que podía procrear, y el hombre que no puede superar el monto mínimo de ventas que le impone su patrón, ya no son útiles, y por ende prácticamente no existen como personas. Pero así como el ser humano sólo ve lo que tiene ante sus ojos Dios ve dentro del corazón, y no sólo nos perdona por nuestros fracasos sino que ve éxitos en donde nadie los ve, ni siquiera nosotros mismos. Sólo Dios puede reconocernos mérito por las palabras injuriosas que no pronunciamos, por las tentaciones que resistimos, por la paciencia y la bondad en la que muy pocos han reparado. El solo hecho de ser humano, de tratar devivir con integridad nos eleva ante sus ojos.
Dios podría haberle dicho a Robert Taft en 1952, corno también a Paul Tsongas en 1984:”Es- tá visto que no vas a ser presidente. Tampoco lo será la mayoría de tus semejantes. Mira, en cambio, los verdaderos logros de tu vida pública y tu vida personal. Eso debería bastarte para sentir que has triunfado. El hecho de que no te hayan designado candidato no debería frustrarte. Perder la fe pórque sólo has obtenido una parte y no todo lo que ambicionabas en la vida, o no saber valorar tus victorias debido a esta sola derrota: eso sería un fracaso”.
Eugene Borowitz escribió:
No previmos la posibilidad de un fracaso profundo o duradero. Nunca creímos que nuestras mejores ideas pudieran ser tan pequeñas, nuestros planes tan inadecuados, nuestros deseos perversos. Por cierto no esperábamos que, al obrar con rectitud, pudiéramos también producir un mal, en ocasiones tan tremendo que parece superar todo lo bueno que hemos hecho. El resultado no es sólo una desazón moral sino una época en la cual, en medio de la mayor opulencia y libertad que jámas se han disfrutado, el más común problema psiquiátrico que nos aqueja ya no es la culpa sino la depresión. Al tomar conciencia de nuestros fracasos, dejamos de creer en nosotros mismos. No podemos siquiera hacer el bien que está a nuestro alcance porque el fracaso nos convenció de que todo lo que hacemos carece de valor. Si la religión pudiera enseñarle a la sociedad secular a aceptar el fracaso sin quedar paralizada, a buscar el perdón sin mitigar nuestro sentido de la responsabilidad, podríamos vencer el desaliento que se abate sobre nuestra civilización... Si la religión lograra devolver el sentido de la dignidad personal a nuestra sociedad, afianzaría los cimientos sobre los que debe descanar la esperanza de reconstruir la moral de nuestra civilización. (Journal of Ecumenical Studies, verano de 1984).
Dios nos redime de la sensación de fracaso porque nos ve como ningún ojo humano puede vernos. Algunas religiones enseñan que Dios conoce hasta el último de nuestros malos pensamientos y secretos vergonzosos. Yo prefiero pensar que Dios posee tal capacidad de vernos que conoce mejor que nadie nuestras angustias y dolores, las cicatrices que llevamos en el corazón porque queríamos ser mejores y el mundo nos enrostra que jamás podremos serlo.
¿Acaso importa la clase de vida que yo lleve? ¿Qué diferencia hay en que yo sea una persona honesta, fiel y bondadosa? Al parecer no hay diferencia alguna en lo relativo a mi cuenta bancaria ni a mis posibilidades de obtener fama y fortuna. Pero tarde o temprano aprendemos, tal como le pasó a Eclesiastés, que no son ésas las cosas que valen. Lo que importa es que seamos fieles a nosotros mismos, a nuestra naturaleza humana que requiere cosas tales como rectitud y bondad, que se distorsiona si no nos preocupamos por ellas. Lo que importa también es aprender a compartir la vida con el prójimo, que podamos cambiar en algo el mundo nuestro y el de ellos, en vez deacaparar toda la vida para nosotros. Lo que importa en última instancia es saber valorar los placeres cotidianos, la comida, el trabajo, el amor y la amistad, y tomarlos como un encuentro con lo divino, un encuentro que nos enseña que no sólo Dios es verdadero sino que también nosotros lo somos. Estas cosas son las que importan.
Según la tradición judía, en otoño celebramos el sukkot, la Fiesta de los Tabernáculos. En parte es el antiguo festival de las cosechas que se remonta a las épocas en que los israelitas eran agricultores y expresaban su agradecimiento en otoño, luego dé levantar los sembrados. En realidad, es el prototipo del Día de Acción de Gracias típicamente norteamericano. Y en parte es también una conmemoración a Dios por la protección que brindó al pueblo de Israel durante los cuarenta años transcurridos en el desierto, en el paso de Egipto a la tierra prometida.
Festejamos el sukkot levantando una pequeña construcción anexa a nuestras casas, con unas tablas y ramas, e invitamos allí a nuestros amigos a beber vino y comer fruta. El sukkot es la celebraciónde la belleza de las cosas efímeras, el pequeño rancho tan vulnerable ante el viento y la lluvia (el nuestro se derrumba siempre al segundo día) que suele desmantelarse al concluir la semana; los frutos maduros que se pudren si no se los come de inmediato; los amigos que quizá no estén con nosotros todo el tiempo que desearíamos; y en los climas nórdicos, la belleza de las hojas que cambian de color al iniciar el proceso por el cual mueren y se caen de los árboles. La celebración es en otoño, cuando el verano ya ha terminado y las noches refrescan con los primeros susurros del invierno. El sukkot llega para anunciarnos que el mundó está lleno de cosas buenas y hermosas, comida y vino, flores y atardeceres, paisajes otoñales y buena compañía con quien compartirlos, pero es preciso que disfrutemos todo en ese mismo instante porque sabemos que no habrá de durar. Es el momento de “comer nuestro pan con regocijo y beber el vino con alegre corazón” no pese al hecho de que la vida no es eterna, sino precisamente por eso mismo. Es el momento de ser felices con los seres queridos porque hemos llegado a comprender que es más importante disfrutar del presente que angustiarse por el futuro. Es el momento de festejar porque por fin sabemos en qué consiste la vida y cómo hay que hacer para volverla más plena. El texto bíblico que se sugiere leer en las sinagogas durante la Fiesta de los Tabernáculos es, casualmente, el Libro de Eclesiastés.