141
Camino de Vida 141
Necochea, 11 de marzo de 2011
SALMO RESPONSORIAL
EVANGELIO del DOMINGO
REFLEXIÓN sobre el EVANGELIO ¡Nuevo! video
Horarios de Misas en marzo en Medalla Milagrosa sábados a las 19, domingos a las 10 y a las 19.
Viernes de cuaresma: Misa a las 19; a las 19,45: ENCUENTRO DE REFLEXION ("a los pies de Jesús Maestro...")
José Antonio Pagola13 de marzo de 2011
- 1 Cuaresma (A) - Mateo 4, 1-11
No le resultó nada fácil a Jesús mantenerse fiel a la misión recibida de su Padre, sin desviarse de su voluntad. Los evangelios recuerdan su lucha interior y las pruebas que tuvo que superar, junto a sus discípulos, a lo largo de su vida. Los maestros de la ley lo acosaban con preguntas capciosas para someterlo al orden establecido, olvidando al Espíritu que lo impulsaba a curar incluso en sábado. Los fariseos le pedían que dejara de aliviar el sufrimiento de la gente y realizara algo más espectacular, "un signo del cielo", deproporciones cósmicas, con el que Dios lo confirmara ante todos.Las tentaciones le venían incluso de sus discípulos más queridos. Santiago y Juan le pedían que se olvidara de los últimos, y pensara más en reservarles a ellos los puestos de más honor y poder. Pedro le reprende porque pone en riesgo su vida y puede terminar ejecutado.
Sufría Jesús y sufrían también sus discípulos. Nada era fácil ni claro. Todos tenían que buscar la voluntad del Padre superando pruebas y tentaciones de diverso género. Pocas horas antes de ser detenido por las fuerzas de seguridad del templo Jesús les dice así: "Ustedes son los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas" (Lucas 22,28).
El episodio conocido como "las tentaciones de Jesús" es un relato en el que se reagrupan y resumen las tentaciones que hubo de superar Jesús a lo largo de toda su vida. Aunque vive movido por el Espíritu recibido en el Jordán, nada le dispensa de sentirse atraído hacia formas falsas de mesianismo.
¿Ha de pensar en su propio interés, o escuchar la voluntad del Padre? ¿Ha de imponer su poder deMesías, o ponerse al servicio de quienes lo necesitan? ¿Ha de buscar su propia gloria, o manifestar la compasión de Dios hacia los que sufren? ¿Ha de evitar riesgos y eludir la crucifixión, o entregarse a su misión confiando en el Padre?
El relato de las tentaciones de Jesús fue recogido en los evangelios para alertar a sus seguidores. Hemos deser lúcidos. El Espíritu de Jesús está vivo en su Iglesia, pero los cristianos no estamos libres de falsear una y otra vez nuestra identidad cayendo en múltiples tentaciones.
Identificar hoy las tentaciones de la Iglesia y de la jerarquía, de los cristianos y de sus comunidades; hacernos conscientes de ellas como Jesús; y afrontarlas como lo hizo él, es lo primero para seguirle con fidelidad. Una Iglesia que no es consciente de sus tentaciones, pronto falseará su identidad y su misión. ¿No nos está sucediendo algo de esto? ¿No necesitamos más lucidez y vigilancia para no caer en la infidelidad?
Fray Marcos La tentación deutilizar a Dios
"Cuando
nada te basta" - Harold Kushner - Capítulo
VIII
EVANGELIO del DOMINGO
REFLEXIÓN sobre el EVANGELIO ¡Nuevo! video
Horarios de Misas en marzo en Medalla Milagrosa sábados a las 19, domingos a las 10 y a las 19.
Viernes de cuaresma: Misa a las 19; a las 19,45: ENCUENTRO DE REFLEXION ("a los pies de Jesús Maestro...")
Evangelio del día |
No le resultó nada fácil a Jesús mantenerse fiel a la misión recibida de su Padre, sin desviarse de su voluntad. Los evangelios recuerdan su lucha interior y las pruebas que tuvo que superar, junto a sus discípulos, a lo largo de su vida. Los maestros de la ley lo acosaban con preguntas capciosas para someterlo al orden establecido, olvidando al Espíritu que lo impulsaba a curar incluso en sábado. Los fariseos le pedían que dejara de aliviar el sufrimiento de la gente y realizara algo más espectacular, "un signo del cielo", deproporciones cósmicas, con el que Dios lo confirmara ante todos.Las tentaciones le venían incluso de sus discípulos más queridos. Santiago y Juan le pedían que se olvidara de los últimos, y pensara más en reservarles a ellos los puestos de más honor y poder. Pedro le reprende porque pone en riesgo su vida y puede terminar ejecutado.
Sufría Jesús y sufrían también sus discípulos. Nada era fácil ni claro. Todos tenían que buscar la voluntad del Padre superando pruebas y tentaciones de diverso género. Pocas horas antes de ser detenido por las fuerzas de seguridad del templo Jesús les dice así: "Ustedes son los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas" (Lucas 22,28).
El episodio conocido como "las tentaciones de Jesús" es un relato en el que se reagrupan y resumen las tentaciones que hubo de superar Jesús a lo largo de toda su vida. Aunque vive movido por el Espíritu recibido en el Jordán, nada le dispensa de sentirse atraído hacia formas falsas de mesianismo.
¿Ha de pensar en su propio interés, o escuchar la voluntad del Padre? ¿Ha de imponer su poder deMesías, o ponerse al servicio de quienes lo necesitan? ¿Ha de buscar su propia gloria, o manifestar la compasión de Dios hacia los que sufren? ¿Ha de evitar riesgos y eludir la crucifixión, o entregarse a su misión confiando en el Padre?
El relato de las tentaciones de Jesús fue recogido en los evangelios para alertar a sus seguidores. Hemos deser lúcidos. El Espíritu de Jesús está vivo en su Iglesia, pero los cristianos no estamos libres de falsear una y otra vez nuestra identidad cayendo en múltiples tentaciones.
Identificar hoy las tentaciones de la Iglesia y de la jerarquía, de los cristianos y de sus comunidades; hacernos conscientes de ellas como Jesús; y afrontarlas como lo hizo él, es lo primero para seguirle con fidelidad. Una Iglesia que no es consciente de sus tentaciones, pronto falseará su identidad y su misión. ¿No nos está sucediendo algo de esto? ¿No necesitamos más lucidez y vigilancia para no caer en la infidelidad?
Fray Marcos La tentación deutilizar a Dios
Enrique Martínez LozanoTener, poder, aparentar:
el rostro del ego
José Enrique GalarretaLas tentaciones vividas por
Jesús
José
Enrique Galarreta
Hoy |
"Cuando
nada te basta" - Harold Kushner - Capítulo
VIII
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Iniciativa de diocesistvEl Via Crucis, según Pachi |
OCHO Vete y come
tu pan con regocijo
Tal
vez recuerdes la historia del capítulo dos, acerca del hombre
que se perdió en el bosque, que se encontró con otro caminante y
éste le dijo: “Yo también estoy perdido. Lo que podemos hacer es
ayudarnos el uno al otro diciéndonos qué caminos probamos sin
resultado, hasta que juntos hallemos el de salida”.
Allí empezamos. Acompañamos a Eclesiastés en sus cinco sendas muy transitadas, todas ellas sin retorno: el camino del egoísmo, el de renunciar a los placeres del cuerpo, el de la sabiduría, el de evitar todo sentimiento para eludir el dolor y el camino de la piedad y la entrega a la religión. El anciano criterioso que escribió el libro empieza hablándonos de sus desilusiones. Ni la riqueza, ni la sabiduría, ni la piedad le dieron la satisfacción de saber que su vida tenía valor sobre esta tierra ni en el más allá. Sin embargo, no escribió sólo para aventar su frustración ni para convencernos de que la vida carece de sentido, porque a la larga Eclesiastés encuentra una respuesta y nos la hace saber con estas palabras:
“Vete, pues; come tu pan con regocijo, y bebe tu vino con alegre corazón puesto que ya hace mucho que Dios se complace en tus obras. Sean tus ropas en todo tiempo blancas, y nunca falte el ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con tu mujer, a quien amas, todos los días de tu vida devanidad que Dios te ha dado debajo del sol. Todo cuanto hallare que hacer tu mano, hazlo con tus fuerzas porque no hay obra, ni empresa, ni ciencia, ni sabiduría en el sepulcro adonde vas” (9,7-10).
Es una extraña respuesta, máximo viniendo de él. ¿Acaso se ha dado por vencido? ¿Lo único que se le ocurre es aconsejarnos que comamos y bebamos porque quién sabe cuánto tiempo habremos de vivir? No lo creo. “Come tu pan con regocijo y bebe tu vino con alegre corazón” se asemeja mucho a “come, bebe y diviértete”, pero partiendo de él, me parece que esas palabras significan algo distinto, algo así como: he analizado todas las pruebas y llegado a la conclusión de que nada es eterno. Todo es vanidad. Los seres humanos nacen - y mueren igual que las flores y los insectos. Todo me lleva a pensar que la vida no tiene sentido. Pero algo en mi interior me impide aceptar este razonamiento. La mente me dice que las pruebas sobre la insensatez de la vida son abrumadoras: la injusticia, la enfermedad, la muerte repentina, el hechode que los asesinos queden impunes mientras la gente recta perece en la pobreza. La mente me aconseja abandonar la búsqueda de trascendencia porque no existe. Toda mi experiencia apunta en esa misma dirección. Pero dentro de mí surge algo que desautoriza a la mente, que no le presta atención a las pruebas. Algo me dice que, pese a todo, la vida humana debe tener sentido. Y ese presentimiento, dice Eclesiastés, es lo que me humaniza y me diferencia de un animal.
Una vez, un amigo mío intentó convencerme de que el tema de por qué Dios permite que exista el mal es improcedente porque nosotros definimos el mal desde un punto de vista humano, no desde la perspectiva de Dios. “Si los sapos escribieran teología, seguramente preguntarían por qué un Dios todopoderoso y bueno no creaba más pantanos y más mosquitos.” Yo le respondí: “Sí, pero dejas de lado el punto principal: los que escriben teología no son los sapos sino los hombres. Los sapos no cuestionan el sentido de la vida; los hombres sí, porque hay una dimensión divina, un trocito de imagen de Dios en cada uno de nosotros, que nos lleva a plantearnos interrogantes tales como: ¿Para qué vivimos? Por eso la muerte de un niño es dramática, no así la de un renacuajo.”
Si la lógica te indica que la vida es un mero accidente sin sentido —dice Eclesiastés al final de su libro—, no renuncies a la vida. Renuncia a la lógica. Escucha esa vocecita interior que te instó a plantearte la pregunta en primer lugar.
Si la lógica te dice que a la larga nada es distinto porque todos morimos y desaparecemos, entonces no vivas a la larga. En vez de cavilar acerca del hecho de que nada perdura, acéptalo como una verdad de la vida, y aprende a encontrarle sentido a lo transitorio, a las alegrías que perecen. Aprende a disfrutar del momento, aunque no dure para siempre. Más aún, gózalo porque es sólo un momento que no habrá de durar. Los momentos de nuestra existencia pueden ser eternos sin que sean perpetuos. ¿Acaso no puedes cerrar los ojos y rememorar algo que sucedió durante un instante muchos años atrás? Quizás haya sido un paisaje espectacular, una conversación que te quedó grabada. En cierto sentido no duró mucho, pero en otro sentido vivió todos esos años, tanto que aún lo recuerdas. Esta es la única clase deeternidad que nos brinda este mundo. ¿Eres capaz de cerrar los ojos y evocar la imagen de una mujer que amaste pero que ya ha muerto? ¿Puedes rememorar su voz, sentir sus caricias? Está demostrado que, si una persona aprende a vivir, puede engañar a la muerte y vivir más de los años que tenía predestinados.
Cuando cesamos de buscar la gran respuesta que le dé una trascendencia eterna a la viday en cambio nos dedicamos a llenar cada día con momentos que nos gratifiquen, hallaremos la única respuesta posible a la duda sobre el sentido de la vida. . La vida no consiste en escribir grandes libros, en amasar fortunas ni reunir un enorme poder sino en amar y ser amado. Es disfrutar de los alimentos y sentarse a tomar sol en vez de almorzar a las disparadas para correr de vuelta a la oficina. Es gozar con la belleza de los momentos efímeros, los atardeceres, las hojas que cambian de color, los raros instantes de una verdadera comunicación humana. Es paladearlos en lugar de dejarlos de lado porque estamos muy ocupados, y lamentarnos porque no duran hasta que tenemos tiempo como para experimentarlos.
Eclesiastés se pasó casi toda la vida buscando la gran solución, la gran respuesta al gran interrogante, y al final se dio cuenta de que desperdiciar tantos años en busca de larespuesta era como tratar de comer una sola comida suculenta de modo de no volver a sentir hambre nunca más. No hay una sola respuesta, sino muchas: el amor, la alegría de trabajar, los placeres simples de la comida y la ropa limpia, las pequeñas cosas que suelen perderse en la búsqueda de la gran solución, pero que emergen sólo cuando dejamos de poner tanto afán. Cuando lleguemos a esa etapa de la vida en que no podamos lograr tantas cosas pero seamos más capaces de disfrutarlas, habremos obtenido la sabiduría que finalmente halló Eclesiastés al cabo de tantos sinsabores.
Corita Kent, la artista gráfica que antes fuera monja, dice en uno de sus posters: “Lavida es una sucesión de momentos. Vivir cada uno es alcanzar el éxito”. No hemos entendido bien lo que es aprovechar de la vida si creemos que vamos a solucionar nuestros problemas deuna vez para siempre amasando una gran fortuna, adquiriendo conocimientos o buscándonos un cónyuge conveniente. Es imposible resolver para siempre el problema de vivir. Sólo podemos encararlo día tras día, en una lucha constante por llenar cada jornada con su cuota de sentido.
En resumidas cuentas, ése es el consejo que nos da Eclesiastés porque así lo aprendió él por propia experiencia. Aunque ponía el máximo de empeño, no hallaba el secreto de la vida, pero pese a sus sucesivos fracasos, algo le decía que la vida merecía vivirse. Advertía la futilidad, la injusticia de tantas situaciones que se dan sobre la Tierra, pero al mismo tiempo presentía que, por frustrante que pareciese, la vida nos brinda demasiadas posibilidades como para no tener sentido, aunque él jamás lo encontrase. Y finalmente lo halló, no en pocas cosas grandes sino en mil pequeñas.
Un famoso jugador de fútbol americano fue entrevistado en vísperas de un encuentro por la Supercopa. “Si éste es el partido final, el más importante —dijo-, ¿cómo es que va a jugarse otro el año que viene?” Del mismo modo, nosotros podríamos pensar: “Si pudiéramos hacer hoy algo que solucionara para siempre el problema de la vida, ¿para qué necesitaríamos el mañana?”. La vida no se resuelve de una sola vez sino que es un desafío que hay que enfrentar a diario. Nuestra misión no es hallar una única respuesta sino encontrar el modo delograr que cada día sea una experiencia humana.
Allí empezamos. Acompañamos a Eclesiastés en sus cinco sendas muy transitadas, todas ellas sin retorno: el camino del egoísmo, el de renunciar a los placeres del cuerpo, el de la sabiduría, el de evitar todo sentimiento para eludir el dolor y el camino de la piedad y la entrega a la religión. El anciano criterioso que escribió el libro empieza hablándonos de sus desilusiones. Ni la riqueza, ni la sabiduría, ni la piedad le dieron la satisfacción de saber que su vida tenía valor sobre esta tierra ni en el más allá. Sin embargo, no escribió sólo para aventar su frustración ni para convencernos de que la vida carece de sentido, porque a la larga Eclesiastés encuentra una respuesta y nos la hace saber con estas palabras:
“Vete, pues; come tu pan con regocijo, y bebe tu vino con alegre corazón puesto que ya hace mucho que Dios se complace en tus obras. Sean tus ropas en todo tiempo blancas, y nunca falte el ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con tu mujer, a quien amas, todos los días de tu vida devanidad que Dios te ha dado debajo del sol. Todo cuanto hallare que hacer tu mano, hazlo con tus fuerzas porque no hay obra, ni empresa, ni ciencia, ni sabiduría en el sepulcro adonde vas” (9,7-10).
Es una extraña respuesta, máximo viniendo de él. ¿Acaso se ha dado por vencido? ¿Lo único que se le ocurre es aconsejarnos que comamos y bebamos porque quién sabe cuánto tiempo habremos de vivir? No lo creo. “Come tu pan con regocijo y bebe tu vino con alegre corazón” se asemeja mucho a “come, bebe y diviértete”, pero partiendo de él, me parece que esas palabras significan algo distinto, algo así como: he analizado todas las pruebas y llegado a la conclusión de que nada es eterno. Todo es vanidad. Los seres humanos nacen - y mueren igual que las flores y los insectos. Todo me lleva a pensar que la vida no tiene sentido. Pero algo en mi interior me impide aceptar este razonamiento. La mente me dice que las pruebas sobre la insensatez de la vida son abrumadoras: la injusticia, la enfermedad, la muerte repentina, el hechode que los asesinos queden impunes mientras la gente recta perece en la pobreza. La mente me aconseja abandonar la búsqueda de trascendencia porque no existe. Toda mi experiencia apunta en esa misma dirección. Pero dentro de mí surge algo que desautoriza a la mente, que no le presta atención a las pruebas. Algo me dice que, pese a todo, la vida humana debe tener sentido. Y ese presentimiento, dice Eclesiastés, es lo que me humaniza y me diferencia de un animal.
Una vez, un amigo mío intentó convencerme de que el tema de por qué Dios permite que exista el mal es improcedente porque nosotros definimos el mal desde un punto de vista humano, no desde la perspectiva de Dios. “Si los sapos escribieran teología, seguramente preguntarían por qué un Dios todopoderoso y bueno no creaba más pantanos y más mosquitos.” Yo le respondí: “Sí, pero dejas de lado el punto principal: los que escriben teología no son los sapos sino los hombres. Los sapos no cuestionan el sentido de la vida; los hombres sí, porque hay una dimensión divina, un trocito de imagen de Dios en cada uno de nosotros, que nos lleva a plantearnos interrogantes tales como: ¿Para qué vivimos? Por eso la muerte de un niño es dramática, no así la de un renacuajo.”
Si la lógica te indica que la vida es un mero accidente sin sentido —dice Eclesiastés al final de su libro—, no renuncies a la vida. Renuncia a la lógica. Escucha esa vocecita interior que te instó a plantearte la pregunta en primer lugar.
Si la lógica te dice que a la larga nada es distinto porque todos morimos y desaparecemos, entonces no vivas a la larga. En vez de cavilar acerca del hecho de que nada perdura, acéptalo como una verdad de la vida, y aprende a encontrarle sentido a lo transitorio, a las alegrías que perecen. Aprende a disfrutar del momento, aunque no dure para siempre. Más aún, gózalo porque es sólo un momento que no habrá de durar. Los momentos de nuestra existencia pueden ser eternos sin que sean perpetuos. ¿Acaso no puedes cerrar los ojos y rememorar algo que sucedió durante un instante muchos años atrás? Quizás haya sido un paisaje espectacular, una conversación que te quedó grabada. En cierto sentido no duró mucho, pero en otro sentido vivió todos esos años, tanto que aún lo recuerdas. Esta es la única clase deeternidad que nos brinda este mundo. ¿Eres capaz de cerrar los ojos y evocar la imagen de una mujer que amaste pero que ya ha muerto? ¿Puedes rememorar su voz, sentir sus caricias? Está demostrado que, si una persona aprende a vivir, puede engañar a la muerte y vivir más de los años que tenía predestinados.
Cuando cesamos de buscar la gran respuesta que le dé una trascendencia eterna a la viday en cambio nos dedicamos a llenar cada día con momentos que nos gratifiquen, hallaremos la única respuesta posible a la duda sobre el sentido de la vida. . La vida no consiste en escribir grandes libros, en amasar fortunas ni reunir un enorme poder sino en amar y ser amado. Es disfrutar de los alimentos y sentarse a tomar sol en vez de almorzar a las disparadas para correr de vuelta a la oficina. Es gozar con la belleza de los momentos efímeros, los atardeceres, las hojas que cambian de color, los raros instantes de una verdadera comunicación humana. Es paladearlos en lugar de dejarlos de lado porque estamos muy ocupados, y lamentarnos porque no duran hasta que tenemos tiempo como para experimentarlos.
Eclesiastés se pasó casi toda la vida buscando la gran solución, la gran respuesta al gran interrogante, y al final se dio cuenta de que desperdiciar tantos años en busca de larespuesta era como tratar de comer una sola comida suculenta de modo de no volver a sentir hambre nunca más. No hay una sola respuesta, sino muchas: el amor, la alegría de trabajar, los placeres simples de la comida y la ropa limpia, las pequeñas cosas que suelen perderse en la búsqueda de la gran solución, pero que emergen sólo cuando dejamos de poner tanto afán. Cuando lleguemos a esa etapa de la vida en que no podamos lograr tantas cosas pero seamos más capaces de disfrutarlas, habremos obtenido la sabiduría que finalmente halló Eclesiastés al cabo de tantos sinsabores.
Corita Kent, la artista gráfica que antes fuera monja, dice en uno de sus posters: “Lavida es una sucesión de momentos. Vivir cada uno es alcanzar el éxito”. No hemos entendido bien lo que es aprovechar de la vida si creemos que vamos a solucionar nuestros problemas deuna vez para siempre amasando una gran fortuna, adquiriendo conocimientos o buscándonos un cónyuge conveniente. Es imposible resolver para siempre el problema de vivir. Sólo podemos encararlo día tras día, en una lucha constante por llenar cada jornada con su cuota de sentido.
En resumidas cuentas, ése es el consejo que nos da Eclesiastés porque así lo aprendió él por propia experiencia. Aunque ponía el máximo de empeño, no hallaba el secreto de la vida, pero pese a sus sucesivos fracasos, algo le decía que la vida merecía vivirse. Advertía la futilidad, la injusticia de tantas situaciones que se dan sobre la Tierra, pero al mismo tiempo presentía que, por frustrante que pareciese, la vida nos brinda demasiadas posibilidades como para no tener sentido, aunque él jamás lo encontrase. Y finalmente lo halló, no en pocas cosas grandes sino en mil pequeñas.
Un famoso jugador de fútbol americano fue entrevistado en vísperas de un encuentro por la Supercopa. “Si éste es el partido final, el más importante —dijo-, ¿cómo es que va a jugarse otro el año que viene?” Del mismo modo, nosotros podríamos pensar: “Si pudiéramos hacer hoy algo que solucionara para siempre el problema de la vida, ¿para qué necesitaríamos el mañana?”. La vida no se resuelve de una sola vez sino que es un desafío que hay que enfrentar a diario. Nuestra misión no es hallar una única respuesta sino encontrar el modo delograr que cada día sea una experiencia humana.
Cuando los hijos de Israel
abandonaron Egipto, Dios quiso impresionarlos con un milagro
espectacular para que nadie volviera a dudar más de su
providencia. Partió las aguas del Mar Rojo con el fin de que
pudieran cruzar los israelitas. Luego volvió a unirlas para que
en ellas se ahogaran los perseguidores egipcios. Una vez del
otro lado, el pueblo entonó cánticosde alabanza
y prometió una eterna lealtad a Dios. El plan divino tuvo éxito
aproximadamente unas cuarenta y ocho horas. Tres días después la
gente estaba cansada, con sed. Todos se quejaron a Moisés por la
falta de agua
y alimento, lamentándose de haberse
embarcado en esa empresa. Dios comprendió entonces que, por
portentoso que sea un milagro, no resuelve el problema de la
fe durante más de un
par de días,
del mismo modo que una suculenta comida no nos quita el hambre
para siempre. Entonces Dios cambió de táctica.
En vez de obrar
un milagro grandioso cada generación, envió a los israelitas el
maná para comer, agua para beber y sombra fresca para poder
descansar. A medida que la gente “comía su pan con regocijo”
sentía la bondad de Dios
en pequeños milagros cotidianos que volvían la vida más
tolerable. Así como treinta minutos de gimnasia
por día son mejores para nuestro organismo que seis horas deagotamiento
una vez por mes, una
sucesión de pequeñas
experiencias diarias de vidareconfortará
más a nuestra alma que una única vivencia religiosa
sobrecogedora.
Recuerdo haber leído un
reportaje que se le hacía a una mujer de los
montes deKentucky,
en el cual se le pedía que pasara revista a su vida y
reflexionara sobre todo lo que había aprendido. Con el típico
toque de nostalgia
que tiñe toda evocación del pasado, la anciana respondió: “Si
pudiera volver a vivir, me daría el lujo de cometer
más errores. Sería más simple, tomaría menos cosas en serio...
Comería más helados y menos habas. Tal vez tendría más problemas
reales, pero menos problemas imaginarios. Yo soy de esas
personas que encaran la vida con
seriedad, hora tras hora, día tras día. He sido de ésas
que nunca iban a ninguna parte sin llevar un termómetro, una
bolsa de agua
caliente, un paraguas. Si pudiera volver atrás, viajaría más
liviana”.
“Vete a comer tu pan con regocijo”. “Más helados y menos habas”. Menos acaudalada e instruida que Eclesiastés la mujer de Kentucky siente, igual que él, que ha desperdiciado demasiados años acatando consejos inadecuados, y no quiere seguir cometiendo el mismo error. Se da cuenta de la forma en que uno arruina los placeres de la vida al preocuparse tanto por lo que puede suceder mañana. Ha aprendido que el miedo nos impide ser felices, que la risa es un remedio excelente para librarnos del temor. Y quiere dejarnos sus enseñanzas:
en un mundo en que no todos son capaces de hacer grandes obras y alcanzar un éxito notable, Dios nos ha dado la capacidad de encontrar grandeza en lo cotidiano.
El almuerzo puede ser una apresurada recarga de combustible —él equivalente a las paradas en boxes que hacen los autos de carrera—, pero también puede ser una oportunidad para saborear el milagro que la tierra, las semillas y la imaginación humana son capaces deobrar sobre nuestras papilas gustativas. Sólo tenemos que ser lo suficientemente sagaces como para saber reconocer el milagro, y no pasar corriendo a su lado sin percatamos de él en nuestra búsqueda de “algo importante”.
Es probable que la adolescente que fantasea con su noviecito nos provoque una sonrisa. Seguramente ella piensa que lo que está viviendo es lo más maravilloso de la historia humana, pero nosotros sabemos que sólo son sus glándulas que maduran en tiempo, y que al cabo deseis meses la niña no va a saber por qué le gustaba tanto ese chico. Sin embargo, es conmovedor ver que alguien se pone tan contento con una carta, un llamado telefónico, con una sonrisa. Bien podemos envidiarle a esa niña la capacidad de regocijarse con las cosas comunes.
La vida plena, verdaderamente humana, no se basa en unos pocos momentos excelsos sino en muchos, muchos pequeños. Sólo es necesario dejar que esos instantes se acumulen y adquieran su real importancia.
En una oportunidad un rabino le comentó a uno de sus fieles: “Usted siempre parece tener prisa. ¿Por qué corre tanto?”. El hombre le contestó: “Persigo el éxito, la realización personal, la gratificación por mis desvelos”. Y el rabino le dijo entonces: “Su respuesta es válida si da por sentado que todas esas compensaciones están más adelante, y que es necesario correr para darles caza. Pero, ¿no sería posible que viniesen detrás y que, cuanto más corre usted, más difícil les resulte a ellas alcanzarlo?”.
¿Acaso no puede ser que Dios tenga muchos regalos hermosos para nosotros —comida sabrosa, bellos atardeceres, flores en primavera— pero que nunca nos encuentre en casa para entregárnoslos porque hemos salido a perseguir la felicidad?
El consejo de Eclesiastés de buscar muchas respuestas pequeñas a lo largo de la vida, y no una sola grande, lo lleva a señalarnos otra fuente de realización personal: el trabajo.Trabaja con afán, nos dice, no sólo para recibir premios y ascensos, sino porque de ese modo te sentirás competente. Algo se corroe en el alma de las personas que no se preocupan por la calidad de su labor, cualquiera sea ésta. No podemos darnos el lujo de ser chapuceros con nuestro trabajo porque el precio espiritual que se paga es muy alto: a la larga terminamos desvalorizándonos.[2]
Si ese entusiasmo por hallar placer en cada momento lo aplicamos no sólo a nuestro tiempo de ocio sino también al trabajo, lograremos una nueva plenitud en la vida. El novelista Wallace Stegner dijo una vez que, desde la época del Paraíso, cuando a Adán y Eva se los condenó por su desobediencia a ganarse el pan con el sudor de su frente, hasta las puertasde Auschwitz donde un cartel rezaba “El trabajo libera”, el trabajo siempre ha sido desprestigiado.
Freud afirmaba que el amor y el trabajo son las dos actividades que la persona madura debe realizar eficientemente. Trabajamos porque nos hace falta el dinero pero también por otras razones. ¿Cuántos casos conocemos de humildes trabajadores que se sacan la lotería, y pese a que se convierten en millonarios siguen levantándose a las seis para ir a su empleo porque lo consideran vital? Cuando nos preguntan: “Usted qué hace?” contamos en qué trabajamos, no qué hobbies nos apasionan ni qué hacemos en nuestro tiempo libre.
Yo trabajo porque tengo una familia que mantener pero también porque para mí es una forma de estar en contacto con la gente y sentirme útil. Ha habido momentos en mi vida declérigo en que, en el término de veinticuatro horas, me ha tocado hablar ante un grupo deadultos, presidir una boda, asistir a una reunión profesional y realizar un oficio religioso en un entierro. Esta última es, de todas las actividades, la más penosa, y sin embargo, no sé por qué en cierto sentido me siento bien cuando oficio un responso. Durante muchos años no pude entender esa sensación, tanto que suponía que debía haber algo de perverso en mí por el hechode disfrutar de esos momentos. Pero ahora comprendo que en esas tristes circunstancias me siento comprometido, que mi presencia allí cambia en algo las cosas. No me agrada rezar un responso cuando ha muerto una persona joven y preferiría no tener que hacerlo tan a menudo, pero es gratificante sentirme desafiado a realizar algo difícil, y poder hacerlo. Creo que eso debe haber tenido en mente Eclesiastés cuando prácticamente nos dice: “Aunque sepas que tu trabajo no te hará ganar el premio Nobel ni te volverá rico y famoso, de todos modos puede darle sentido a tu vida si lo tomas en serio y pones en él todo tu empeño”.
Si tenemos suerte, podemos obtener gozo de nuestro quehacer. Algunos saben desde pequeños a qué van a querer dedicarse en la vida, y logran realizarse en su vocación. También con suerte, otros emprenden ya de grandes una carrera de su agrado. Es el caso de la mujer que decide esperar hasta que sus hijos crezcan para dedicarse a la profesión que siempre anheló, o del ejecutivo que deja de soñar con ser rico y poderoso, y resuelve ganarse el sustento con la jardinería, que ha sido siempre su pasión, o el del contador que abre un restaurante y no sufre por tener que levantarse al alba porque ha logrado ser su propio patrón, en vez de tener que presentarse todos los días en una oficina. La clave de la felicidad es que podamos hallar placer en nuestro trabajo, saber que estamos utilizando nuestra capacidad —no derrochándola y que se reconocen nuestros méritos.
Es terriblemente frustrante saber que uno es capaz de hacer algo y que nadie se lo pida, o creer que uno puede hacerlo y no tener nunca la oportunidad de comprobarlo. Así, el notable atleta decide entrenarse durante dos años para las olimpíadas, no porque vaya a obtener un beneficio económico sino porque necesita poner a prueba sus condiciones en el más alto nivelde competición. La frustración del deportista profesional que tiene un jugoso contrato pero debe permanecer en el banco, así como la de la empleada que recibe un excelente sueldo aunque no tenga mucho que hacer, atestiguan que el ser humano trabaja no sólo por dinero sino para dar sentido a su existencia.
Cabe hacer notar que no nos referimos únicamente a las actividades rentadas. Muchas veces nos abocamos a labores de voluntarios para obtener esa sensación de ser útiles que no nos da nuestro empleo fijo. Así, un operario fabril entrena a un pequeño equipo deportivo y conoce la satisfacción que da el poder enseñar y aconsejar. La secretaria canta en el coro de su templo o colabora como telefonista en centros de atención para casos críticos, donde obtiene la sensación de que hay gente que depende de ella. Mi sinagoga, al igual que numerosas iglesias y organizaciones cívicas de todo el país, ofrece oportunidades para que los voluntarios presidan comisiones, organicen colectas o den charlas, y así ellos sienten que están dando un uso útil a sus talentos ocultos.
A veces es necesario ser menos para poder ser más. Para ser una persona íntegra no es preciso acumular cosas sino más bien despojarnos de todo el oropel, todo lo que no es auténtico. En ocasiones, para ser íntegros hay que renunciar al gran sueño.
El sueño es la visión que tenemos de jóvenes —tal vez imbuida por nuestros padres o maestros, tal vez producto de nuestra propia imaginación— de que vamos a ser personas realmente especiales. Soñamos con ser famosos, soñamos con que nuestro matrimonio será perfecto y nuestros hijos ejemplares. Si después no resulta así, nos sentimos fracasados. Jamás seremos felices mientras sigamos comparando nuestros logros con aquel sueño.
Nunca estaremos cómodos con nosotros mismos si no nos damos cuenta de que ya somos seres especiales. Si vivimos con una actitud verdaderamente humana, si comemos nuestro pan con regocijo, no nos resulta imprescindible ser ricos y famosos. Ser una persona realmente humana es un logro mucho más importante.
En su libro Las estaciones en la vida de un hombre, el doctor Daniel Levinson sostiene que la adultez ofrece la posibilidad de librarse de “la tiranía del ideal” y alcanzar un éxito asentado en bases más reales. “Cuando un hombre ya no experimenta la necesidad de ser sobresaliente —escribe— tiene más libertad para ser él mismo y para trabajar de acuerdo con sus deseos y sus talentos”.
El Talmud dice algo admirable: “Una hora en este mundo es mejor que toda la eternidad en el mundo por venir”. ¿Qué significa esto? Yo lo interpreto así: cuando hayamos aprendido la forma de vivir, ya no necesitaremos buscar recompensas en el más allá. Ya no preguntaremos qué sentido tiene ser rectos porque el hecho de llevar una vida íntegra será la recompensa. La persona que ha descubierto los placeres sencillos de la existencia, la persona rica en amistades, la que disfruta de la comida sabrosa y de la luz del sol, no necesita afanarse en la búsqueda deotra clase de éxito.
Cuentan que en una fábrica hubo una vez un problema de robo. Como a diario desaparecían objetos de valor, se contrató a una empresa de seguridad para que registrara todos los días a cada empleado, al abandonar el edificio. La mayoría de los empleados aceptaron que se les revisaran los bolsillos y las bolsas en que llevaban su almuerzo. Pero hubo un hombre que todos los días pasaba por el portón empujando una carretilla llena dedesperdicios, y el exasperado guardia tenía que estar media hora escarbando entre restos depapeles, colillas de cigarrillos, y tacitas de plástico usadas, para comprobar si en medio de todo eso no iba algo de valor. Nunca encontró nada, pero un día el guardia se hartó e increpó al hombre. “Yo sé que usted anda en algo turbio, pero por más que le registro la carretilla nunca encuentro nada que valga la pena robar, lo cual me vuelve loco. Dígame qué se trae entre manos y le prometo no denunciarlo”. El operario se encogió de hombros y respondió: “Es muy sencillo: robo carretillas”.
Si para nosotros lo único en la vida es correr tras el placer y la recompensa, hemos entendido mal lo que es vivir. Con una frustración cada vez mayor seguiremos buscando el éxito día tras día, como el guardia de seguridad que revisaba la basura de la carretilla mientras perdía de vista lo más importante.
Cuando hayamos aprendido a vivir, la vida misma será la recompensa.
“Vete a comer tu pan con regocijo”. “Más helados y menos habas”. Menos acaudalada e instruida que Eclesiastés la mujer de Kentucky siente, igual que él, que ha desperdiciado demasiados años acatando consejos inadecuados, y no quiere seguir cometiendo el mismo error. Se da cuenta de la forma en que uno arruina los placeres de la vida al preocuparse tanto por lo que puede suceder mañana. Ha aprendido que el miedo nos impide ser felices, que la risa es un remedio excelente para librarnos del temor. Y quiere dejarnos sus enseñanzas:
en un mundo en que no todos son capaces de hacer grandes obras y alcanzar un éxito notable, Dios nos ha dado la capacidad de encontrar grandeza en lo cotidiano.
El almuerzo puede ser una apresurada recarga de combustible —él equivalente a las paradas en boxes que hacen los autos de carrera—, pero también puede ser una oportunidad para saborear el milagro que la tierra, las semillas y la imaginación humana son capaces deobrar sobre nuestras papilas gustativas. Sólo tenemos que ser lo suficientemente sagaces como para saber reconocer el milagro, y no pasar corriendo a su lado sin percatamos de él en nuestra búsqueda de “algo importante”.
Es probable que la adolescente que fantasea con su noviecito nos provoque una sonrisa. Seguramente ella piensa que lo que está viviendo es lo más maravilloso de la historia humana, pero nosotros sabemos que sólo son sus glándulas que maduran en tiempo, y que al cabo deseis meses la niña no va a saber por qué le gustaba tanto ese chico. Sin embargo, es conmovedor ver que alguien se pone tan contento con una carta, un llamado telefónico, con una sonrisa. Bien podemos envidiarle a esa niña la capacidad de regocijarse con las cosas comunes.
La vida plena, verdaderamente humana, no se basa en unos pocos momentos excelsos sino en muchos, muchos pequeños. Sólo es necesario dejar que esos instantes se acumulen y adquieran su real importancia.
En una oportunidad un rabino le comentó a uno de sus fieles: “Usted siempre parece tener prisa. ¿Por qué corre tanto?”. El hombre le contestó: “Persigo el éxito, la realización personal, la gratificación por mis desvelos”. Y el rabino le dijo entonces: “Su respuesta es válida si da por sentado que todas esas compensaciones están más adelante, y que es necesario correr para darles caza. Pero, ¿no sería posible que viniesen detrás y que, cuanto más corre usted, más difícil les resulte a ellas alcanzarlo?”.
¿Acaso no puede ser que Dios tenga muchos regalos hermosos para nosotros —comida sabrosa, bellos atardeceres, flores en primavera— pero que nunca nos encuentre en casa para entregárnoslos porque hemos salido a perseguir la felicidad?
El consejo de Eclesiastés de buscar muchas respuestas pequeñas a lo largo de la vida, y no una sola grande, lo lleva a señalarnos otra fuente de realización personal: el trabajo.Trabaja con afán, nos dice, no sólo para recibir premios y ascensos, sino porque de ese modo te sentirás competente. Algo se corroe en el alma de las personas que no se preocupan por la calidad de su labor, cualquiera sea ésta. No podemos darnos el lujo de ser chapuceros con nuestro trabajo porque el precio espiritual que se paga es muy alto: a la larga terminamos desvalorizándonos.[2]
Si ese entusiasmo por hallar placer en cada momento lo aplicamos no sólo a nuestro tiempo de ocio sino también al trabajo, lograremos una nueva plenitud en la vida. El novelista Wallace Stegner dijo una vez que, desde la época del Paraíso, cuando a Adán y Eva se los condenó por su desobediencia a ganarse el pan con el sudor de su frente, hasta las puertasde Auschwitz donde un cartel rezaba “El trabajo libera”, el trabajo siempre ha sido desprestigiado.
Freud afirmaba que el amor y el trabajo son las dos actividades que la persona madura debe realizar eficientemente. Trabajamos porque nos hace falta el dinero pero también por otras razones. ¿Cuántos casos conocemos de humildes trabajadores que se sacan la lotería, y pese a que se convierten en millonarios siguen levantándose a las seis para ir a su empleo porque lo consideran vital? Cuando nos preguntan: “Usted qué hace?” contamos en qué trabajamos, no qué hobbies nos apasionan ni qué hacemos en nuestro tiempo libre.
Yo trabajo porque tengo una familia que mantener pero también porque para mí es una forma de estar en contacto con la gente y sentirme útil. Ha habido momentos en mi vida declérigo en que, en el término de veinticuatro horas, me ha tocado hablar ante un grupo deadultos, presidir una boda, asistir a una reunión profesional y realizar un oficio religioso en un entierro. Esta última es, de todas las actividades, la más penosa, y sin embargo, no sé por qué en cierto sentido me siento bien cuando oficio un responso. Durante muchos años no pude entender esa sensación, tanto que suponía que debía haber algo de perverso en mí por el hechode disfrutar de esos momentos. Pero ahora comprendo que en esas tristes circunstancias me siento comprometido, que mi presencia allí cambia en algo las cosas. No me agrada rezar un responso cuando ha muerto una persona joven y preferiría no tener que hacerlo tan a menudo, pero es gratificante sentirme desafiado a realizar algo difícil, y poder hacerlo. Creo que eso debe haber tenido en mente Eclesiastés cuando prácticamente nos dice: “Aunque sepas que tu trabajo no te hará ganar el premio Nobel ni te volverá rico y famoso, de todos modos puede darle sentido a tu vida si lo tomas en serio y pones en él todo tu empeño”.
Si tenemos suerte, podemos obtener gozo de nuestro quehacer. Algunos saben desde pequeños a qué van a querer dedicarse en la vida, y logran realizarse en su vocación. También con suerte, otros emprenden ya de grandes una carrera de su agrado. Es el caso de la mujer que decide esperar hasta que sus hijos crezcan para dedicarse a la profesión que siempre anheló, o del ejecutivo que deja de soñar con ser rico y poderoso, y resuelve ganarse el sustento con la jardinería, que ha sido siempre su pasión, o el del contador que abre un restaurante y no sufre por tener que levantarse al alba porque ha logrado ser su propio patrón, en vez de tener que presentarse todos los días en una oficina. La clave de la felicidad es que podamos hallar placer en nuestro trabajo, saber que estamos utilizando nuestra capacidad —no derrochándola y que se reconocen nuestros méritos.
Es terriblemente frustrante saber que uno es capaz de hacer algo y que nadie se lo pida, o creer que uno puede hacerlo y no tener nunca la oportunidad de comprobarlo. Así, el notable atleta decide entrenarse durante dos años para las olimpíadas, no porque vaya a obtener un beneficio económico sino porque necesita poner a prueba sus condiciones en el más alto nivelde competición. La frustración del deportista profesional que tiene un jugoso contrato pero debe permanecer en el banco, así como la de la empleada que recibe un excelente sueldo aunque no tenga mucho que hacer, atestiguan que el ser humano trabaja no sólo por dinero sino para dar sentido a su existencia.
Cabe hacer notar que no nos referimos únicamente a las actividades rentadas. Muchas veces nos abocamos a labores de voluntarios para obtener esa sensación de ser útiles que no nos da nuestro empleo fijo. Así, un operario fabril entrena a un pequeño equipo deportivo y conoce la satisfacción que da el poder enseñar y aconsejar. La secretaria canta en el coro de su templo o colabora como telefonista en centros de atención para casos críticos, donde obtiene la sensación de que hay gente que depende de ella. Mi sinagoga, al igual que numerosas iglesias y organizaciones cívicas de todo el país, ofrece oportunidades para que los voluntarios presidan comisiones, organicen colectas o den charlas, y así ellos sienten que están dando un uso útil a sus talentos ocultos.
A veces es necesario ser menos para poder ser más. Para ser una persona íntegra no es preciso acumular cosas sino más bien despojarnos de todo el oropel, todo lo que no es auténtico. En ocasiones, para ser íntegros hay que renunciar al gran sueño.
El sueño es la visión que tenemos de jóvenes —tal vez imbuida por nuestros padres o maestros, tal vez producto de nuestra propia imaginación— de que vamos a ser personas realmente especiales. Soñamos con ser famosos, soñamos con que nuestro matrimonio será perfecto y nuestros hijos ejemplares. Si después no resulta así, nos sentimos fracasados. Jamás seremos felices mientras sigamos comparando nuestros logros con aquel sueño.
Nunca estaremos cómodos con nosotros mismos si no nos damos cuenta de que ya somos seres especiales. Si vivimos con una actitud verdaderamente humana, si comemos nuestro pan con regocijo, no nos resulta imprescindible ser ricos y famosos. Ser una persona realmente humana es un logro mucho más importante.
En su libro Las estaciones en la vida de un hombre, el doctor Daniel Levinson sostiene que la adultez ofrece la posibilidad de librarse de “la tiranía del ideal” y alcanzar un éxito asentado en bases más reales. “Cuando un hombre ya no experimenta la necesidad de ser sobresaliente —escribe— tiene más libertad para ser él mismo y para trabajar de acuerdo con sus deseos y sus talentos”.
El Talmud dice algo admirable: “Una hora en este mundo es mejor que toda la eternidad en el mundo por venir”. ¿Qué significa esto? Yo lo interpreto así: cuando hayamos aprendido la forma de vivir, ya no necesitaremos buscar recompensas en el más allá. Ya no preguntaremos qué sentido tiene ser rectos porque el hecho de llevar una vida íntegra será la recompensa. La persona que ha descubierto los placeres sencillos de la existencia, la persona rica en amistades, la que disfruta de la comida sabrosa y de la luz del sol, no necesita afanarse en la búsqueda deotra clase de éxito.
Cuentan que en una fábrica hubo una vez un problema de robo. Como a diario desaparecían objetos de valor, se contrató a una empresa de seguridad para que registrara todos los días a cada empleado, al abandonar el edificio. La mayoría de los empleados aceptaron que se les revisaran los bolsillos y las bolsas en que llevaban su almuerzo. Pero hubo un hombre que todos los días pasaba por el portón empujando una carretilla llena dedesperdicios, y el exasperado guardia tenía que estar media hora escarbando entre restos depapeles, colillas de cigarrillos, y tacitas de plástico usadas, para comprobar si en medio de todo eso no iba algo de valor. Nunca encontró nada, pero un día el guardia se hartó e increpó al hombre. “Yo sé que usted anda en algo turbio, pero por más que le registro la carretilla nunca encuentro nada que valga la pena robar, lo cual me vuelve loco. Dígame qué se trae entre manos y le prometo no denunciarlo”. El operario se encogió de hombros y respondió: “Es muy sencillo: robo carretillas”.
Si para nosotros lo único en la vida es correr tras el placer y la recompensa, hemos entendido mal lo que es vivir. Con una frustración cada vez mayor seguiremos buscando el éxito día tras día, como el guardia de seguridad que revisaba la basura de la carretilla mientras perdía de vista lo más importante.
Cuando hayamos aprendido a vivir, la vida misma será la recompensa.